Siento que me hago mayor
La sensación de que las ideas sobre las que se edificó la Transición han envejecido más deprisa que la generación que la llevó a cabo. No todas las alternativas son sanas.
Salir a comer con los viejos compañeros de trabajo tiene su aquello. Además de ponernos al día de nuestros respectivos achaques nos permitimos comentar la actualidad y extendernos sobre nuestra visión de lo que ocurre. Mi última impresión es que hay cuestiones que desbordan nuestra capacidad de asombro porque pertenecemos a una generación, la de la Transición Democrática, cuyos cimientos están poniéndose en cuestión.
Mi amigo LuisJa me dice que nuestra época ha pasado, que nuestro mundo es historia, que ya hemos hecho lo que teníamos que hacer y ahora las ideas que rigen el devenir de la sociedad son otras; que las nuestras ya no valen.
Y algo de esto es verdad. No solo hay una gran desafección social por la política. Esta antipatía se extiende también a las ideas que han servido de base al edificio de la democracia, garante del sistema de libertades y de convivencia.
Las nuevas generaciones han terminado por hacer oídos sordos al debate político, hastiadas de una lucha de relatos propagandísticos que sienten alejados de sus intereses. La reiteración de mentiras ha terminado por hacerles desconfiar de cualquier mensaje y les ha condenado a un espacio de incredulidad,o de descreimiento, no solo de lo que se presenta como hechos objetivos sino también de los propios valores democráticos. Tal es su nivel de desapego del concepto de lo que se ha venido en llamar el “demos” el cuerpo social de ciudadanos libres.
Y uno se pregunta si esta tendencia no ha sido inducida por quienes buscan una sociedad totalitaria de ciudadanos controlables, deshabitados de ideas, desapegados de su entorno.
Para conseguir esto se ha hecho necesario relativizar el concepto de verdad, de certeza constatada y objetivable. Son muchas las ocasiones en las que he sostenido discusiones en las que se pone en cuestión la propia realidad de los hechos objetivos. Cuando se presentan evidencias de hechos o declaraciones de los protagonistas del debate público, no solo se niega lo que dicen sino el mismo hecho de que lo hayan dicho, a pesar de que exista constancia escrita o imágenes de lo afirmado. Cada vez más se argumenta que la evidencia está manipulada, que tal o cual declaración ha sido editada con Inteligencia Artificial.
La desaparición de ese espacio de certeza compartida pone fin al debate sosegado, al no disponer de un ámbito común de hechos objetivamente ciertos. El único espacio es la subjetividad, o, por decirlo mejor, las subjetividades, lo que hace que el dialogo dé paso a la confrontación. Para evitar la incomodidad de esta última se termina por excluir de las conversaciones cualquier cuestión susceptible de enfrentamiento, empequeñeciendo el intercambio de ideas y empobreciendo el desarrollo intelectual propio de sociedades modernas. Quizás alguien esté pensando en volver a sociedades feudales tecnológicamente controladas.
A mi juicio hay tres tendencias que están diseñando esta nueva realidad.
La primera es la utilización de las nuevas tecnologias con fines de control social. Las redes sociales y los algoritmos que programan nuestro campo de conocimiento fomentan lo que se conoce como sesgo de confirmación, ofreciéndonos los hitos que refuerzan y confirman nuestro propio punto de vista. Nos informamos a través de un solo medio y nos convertimos en seres permeables a la polarización de relatos y marcos conceptuales diseñadas en instancias de poder político.
La segunda de estas tendencias es, precisamente, la polarización política. Desde instancias de poder se diseñan estrategias de manipulación con el objetivo de etiquetar y cancelar al contrario con atribuciones de culpa. Un ejemplo reciente de lo que digo es la reunión que mantuvo la Ministra de Igualdad, Ana Redondo, con los responsables de su Departamento para gestionar la forma de preservar la igualdad de género en la crisis de la Dana. Mientras se contabilizaban fallecidos había quien estaba más preocupada por garantizar el respeto a la igualdad de género que por socorrer a las víctimas.
Pero este hecho sería una anécdota chusca de no haberse conocido la nota manuscrita que manejaba la ministra del ramo y que caracterizaba su proceder como moralmente corrupto. En este alarde de miseria moral se ponía de manifiesto que lo prioritario era difundir una serie de mensajes. ¿Y cuáles eran estos mensajes?. En primer lugar, había que culpar de los muertos por la DANA a todo el que cuestionara la teoría de que la acción humana es la responsable del cambio climático. En segundo lugar, la consigna fue: “Hay que aprovechar nuestro momento. El que vaya contra nuestro relato es un desinformador, una terminal de mensajes antidemocráticos.” Todo ello con el objetivo de tapar la incompetente inacción del Gobierno. Me extiendo en este episodio para destacar el manejo propagandístico que desde instancias públicas se hace de los dramas cotidianos de la gente, persiguiendo mantener un clima de polarización de buenos y malos; amigos, enemigos.
Precisamente, la tercera de las tendencias que contribuyen decisivamente al diseño de la nueva realidad, la realidad alternativa, la llamaría Trump, es el papel de los medios de comunicación y concretamente de los periodistas. Los profesionales hemos sido considerados siempre una garantía de veracidad. Hoy, “el nuevo periodismo” ha acabado por desdibujar la línea que separa información de opinión. Y esta deriva ha terminado por convertir a los medios informativos en plataformas de adoctrinamiento y a los profesionales en amanuenses del copia y pega de las agendadas consignas del poder; en terminales sincronizadas, no de los hechos, sino del relato sesgado que diariamente se crea sobre estos hechos.
Esta degradación contribuye a que en política nadie sufra las consecuencias de hacer mal su trabajo. Y no lo sufre porque lo que se conocía como Opinión Pública ha sido colonizada por la opinión publicada, dejando de funcionar como elemento censor de las malas praxis. Hoy se puede hacer cualquier desaguisado, ahí está el drama valenciano, sin que haya consecuencias o éstas sean un mero arreglo cosmético de la cara del poder.
A este nivel de degradación hemos llegado. El panorama que se dibuja es como un “dejá vu”, una sensación de cosa ya vivida, una reedición del ciclo político del pasado siglo donde la crisis económica, la polarización, la corrupción y la degradación de las democracias condujeron a crisis institucionales y a la postre a enfrentamientos bélicos.
La cuestión es saber si hemos llegado hasta aquí por una suerte de casualidades concatenadas, por un mal funcionamiento del sistema que se ha convertido en una noria que nos hace transitar una y otra vez por la misma crisis. Tal vez hayamos llegado a este punto porque hay grupos interesados en llevarnos a una situación de crisis permanente que nos haga desear finalmente opciones de control social totalitario basado en el “no tendréis nada pero seréis felices”
Pero, tal vez no todo esté perdido, hay otra forma de ver las cosas.
Cuando terminaba de escribir las líneas que anteceden recibo el video de Lunaticoin titulado: “Las Instituciones fallidas, por qué vivimos peor.”
Hay opiniones sobre la Constitución con las que discrepo radicalmente, pero es necesario oírlo y reflexionar. Del video extraigo las siguientes ideas.
Mientras sentimos como el suelo se mueve bajo nuestros pies, hay jóvenes que nos presentan alternativas, al menos originales, que es bueno tener en cuenta para comprender el futuro.
Su propuesta parte del hecho de que si repetimos el mismo patrón una y otra vez quizás es que las bases sobre las que se basan nuestras instituciones no son las adecuadas. Estos días hemos oído hablar del colapso de las instituciones que se han mostrado inútiles para resolver el problema de los ciudadanos afectados por la DANA pero. quizás lo más grave, es que las instituciones se han revelado fallidas, cascaras de nueces vacías que no sirven cuando se las necesita, espejismos de estabilidad que dibujan un Estado incapaz ya de resolver los problemas de la gente, Gobiernos que dan a la crisis patadas hacia adelante a base de incrementar la deuda que deberán pagar las generaciones futuras.
Consideran que las Instituciones no se pueden reformar porque quienes proponen hacer esas reformas lo intentan hacer desde la moralidad y quienes dirigen las instituciones carecen de moral. El dialogo es inútil. Acabar con las Instituciones derribándolas, lo es también. La opción es crear Instituciones paralelas que desde la moralidad respondan a necesidades que las actuales no cubren.
¿Qué es una Institución?
Se piensa que una Institución es un aparato estatal representado por una autoridad y con una nómina de funcionarios. Pero el concepto de Institución es más amplio y a la vez más básico y cuya virtualidad depende del hecho de que muchas personas confíen en su utilidad. Se crea así un consenso de lo que es verdad y la confianza por medio de esta institución trasciende al núcleo restringido de confianza en el que nos manejamos las personas en lo cotidiano. Ese es el valor de la institución; incrementar el ámbito personal de la confianza y por lo tanto crear la estructura social. Esta confianza depositada en la institución nos permite colaborar socialmente. Cuando esa confianza colapsa se rompe el vínculo social. Instituciones son por ejemplo la familia, como núcleo de consenso sobre valores y educación parental que permite la transmisión de instrucciones de interactuación social; el dinero, alrededor del cual creamos un consenso sobre el valor de un objeto. El mercado es una institución; es una norma que regula los intercambios de valor. El contrato es otra institución que permite a las personas entenderse y acordar sobre las condiciones de una cooperación. Las leyes son también instituciones, los medios de comunicación son instituciones que crean un consenso en torno a lo que es la verdad. Por eso el sistema cruje cuando se pierde esa confianza.
La ampliación de la confianza a un mayor número de personas incrementa la colaboración y el progreso. Cuando la confianza y la colaboración colapsan, la violencia se vuelve rentable. El capitalismo es la institucionalización de esa colaboración entre personas que salvaguarda derechos amparados por instituciones. El capitalismo basado en la propiedad privada que permite la confianza en que el bien obtenido del trabajo o del intercambio es tuyo y que incentiva que la confianza y la cooperación, y no la violencia, sean rentables.
Para que las Instituciones funcionen correctamente debe propiciarse la libertad de pensamiento y expresión, para poder criticar lo que no funciona y tratar de corregirlo. Lo contrario es la ideología woke, que pretende cancelar al discrepante, silenciar el dialogo civilizado con el señuelo de evitar la crispación, prostituir el concepto de verdad y conseguir que nadie crea en nada para así moldear desde arriba el cuerpo social. El Gran Hermano de Orwell convertido en el Gran Alfarero de Davos.
En este aspecto Internet es una revolución, un tsunami que pone el poder y la información, la educación y la formación en manos de particulares, empodera al individuo y globaliza los intercambios tanto de información como del dinero a través de redes blockchain, dando lugar al Bitcoin. Bitcoin se constituye como una institución paralela, no alternativa, del dinero fiat tradicional. Su tecnología subyacente, la Blockchain, junto a la Inteligencia Artificial pueden ser la base de creación de nuevas instituciones paralelas a las actuales y que una vez demostrada su eficacia pueden ser adoptadas como alternativas. Hay quien dice que nos asomamos a un periodo de darwinismo institucional. Y aquí estoy pensando por ejemplo en la Justicia, los contratos, el sistema legal de representación política, la Universidad, los medios de comunicación, etc… En esta confrontación entre viejas y nuevas instituciones se pueden producir distintos escenarios. “Si la institución tradicional se demuestra mejor que la paralela, ésta desaparecerá. Si la nueva mejora la tradicional, ésta evolucionará y si la nueva es mucho mejor, la tradicional morirá.”
Llegados a este punto hay que establecer los polos de este debate de cuya interacción determinará la configuración futura del mundo. Nos movemos en una crisis de la confianza institucional a la que se da una doble respuesta: por una parte el control social a través de las instituciones y la deriva hacia el totalitarismo reactivo a la pérdida de poder que supone la segunda de las respuestas: el cripto-anarco-capitalismo, la ideología del Bitcoin, promotora de un individualismo exacerbado que cuestiona el actual contrato social. Esta dualidad puede ser la que marque el devenir del siglo XXI, lo mismo que la polarización entre comunismo y fascismo marcó el del siglo XX.
Esperemos que este este nuevo siglo alumbre una tercera vía que supere dialécticamente instituciones obsoletas, alumbre un salto evolutivo del orden social garantizando la libertad y el progreso fruto de la colaboración. No será fácil, las actuales instituciones fosilizadas, y reactivas al cambio, van a confrontar con nuevos paradigmas que poco a poco van a ser adoptados. No es fácil vislumbrar el futuro pero el riesgo a una involución totalitaria, apoyada también por las nuevas tecnologías, no es descartable.
P.D. Releyendo estos párrafos soy consciente de que esta visión “rompeparadigmas” con aroma a fantasía futurista es arriesgadamente novedosa. La realidad es que la revolución tecnológica está redibujando el mundo desde sus propios cimientos. Notamos que el suelo se mueve bajo nuestros pies y no sabemos el qué ni el porqué. Quizás tenga razón mi amigo Luisja cuando intuye que nuestro mundo es historia pasada y los esquemas mentales con los que leemos la realidad ya no funcionan. O tal vez sea, como dice la canción de Pablo Milanés, que “el tiempo pasa y nos vamos poniendo viejos…y en cada conversación se impone siempre un pedazo de razón.” Lo cierto es que, a nuestro pesar, vamos tomando conciencia de que este mundo ya no nos pertenece.
Foto de Bruno Martins vía Unsplash.