Lecciones europeas de democracia
Pedro Sánchez debería tomar nota del comportamiento impecablemente democrático de los partidos socialistas de Alemania y de Portugal.
El gobierno de Pedro Sánchez ha incumplido su obligación constitucional de presentar al Congreso un proyecto de presupuestos generales del Estado. El Ejecutivo teme que el proyecto sea rechazado ante la imposibilidad de satisfacer simultáneamente las contradictorias demandas de sus muy heterogéneos aliados parlamentarios. En este contexto, el Gobierno y sus partidarios relativizan la importancia de este incumplimiento y afirman que la legislatura puede continuar, sin problemas, con el presupuesto prorrogado. Esta actitud es incompatible con la lógica de la democracia parlamentaria y contrasta con la praxis política que se desarrolla en los países de nuestro entorno.
La votación del proyecto de presupuestos sirve para renovar la confianza del Parlamento en el Gobierno. El rechazo -o la no aprobación del presupuesto- pone de manifiesto que el Gobierno carece del respaldo parlamentario y, en ese caso, el presidente debería disolver las Cortes y convocar elecciones.
Eso es lo que ha ocurrido estos días en Alemania y lo que ha estado a punto de suceder en Portugal. Pedro Sánchez debería tomar nota del comportamiento impecablemente democrático de los partidos socialistas de Alemania y de Portugal.
Tras las elecciones generales celebradas en Alemania en 2021, el partido socialdemócrata alemán suscribió con el partido liberal y el partido ecologista (los Verdes) un programa conjunto de gobierno. Los tres partidos juntos sumaban una amplísima mayoría que garantizaba la estabilidad del gobierno. Como resultado de esos acuerdos, el 8 de diciembre de 2021, el dirigente socialista alemán, Olaf Scholz fue investido canciller de Alemania. El mes pasado, el partido liberal -uno de los tres partidos de la coalición gubernamental- alegando serias discrepancias en torno al proyecto de presupuestos para el próximo año, rompió el acuerdo y abandonó el Gobierno. De esa forma, el Ejecutivo de Scholz quedó en minoría y sin posibilidad de ver aprobado el proyecto presupuestario. A diferencia de su homólogo español, Scholz no se ha aferrado al cargo y se ha negado a mantenerse en el poder sin contar con el respaldo de una mayoría parlamentaria. Y tampoco, ni ahora ni antes, el partido socialdemócrata ha intentado buscar el apoyo de la extrema izquierda. Alemania irá las urnas. Las encuestan auguran la victoria de la CDU (del Partido Popular Europeo) que necesitará el apoyo de los socialistas y/o de los Verdes para gobernar.
En Portugal, tras las últimas elecciones celebradas en marzo de este año, una coalición de centroderecha gobierna en minoría. Se ha negado a pactar con la extrema derecha. En este contexto, el gobierno presentó recientemente el proyecto de presupuestos y existía el fundado temor de que, de ser rechazado por el Parlamento, el presidente de la República disolvería la Cámara y convocaría nuevas elecciones. En un admirable ejemplo de cultura democrática y de responsabilidad política, el Partido Socialista ha negociado con el Gobierno el proyecto presupuestario y facilitado su aprobación.
Lo expuesto confirma que, en Alemania y en Portugal, impera una cultura política democrática, la cultura del pacto y del acuerdo; que los partidos centrales y moderados no tienen dificultades en alcanzar acuerdos; que se descarta el pacto con fuerzas políticas extremistas; y que, si un gobierno no tiene el respaldo parlamentario suficiente para aprobar los presupuestos, dimite y se convocan nuevas elecciones. Este debe ser -como ha ocurrido en Alemania- el último recurso. Es preferible siempre la búsqueda de un acuerdo entre los partidos centrales.
Pedro Sánchez debería tomar nota de estas “lecciones europeas” de democracia impartidas por partidos socialistas que han desempeñado y desempeñan un papel fundamental en el funcionamiento y preservación de sus respectivos sistemas políticos. Lamentablemente, el PSOE de Sánchez se aferra al poder a cualquier precio, aunque para ello haya tenido no solo que renunciar a su propio proyecto político sino defender propuestas radicalmente incompatibles con sus valores como puede ser -por citar solo un ejemplo- el concierto catalán.
A estas “lecciones europeas” de democracia, cabría añadir la que dio Felipe González cuando en octubre de 1995, las enmiendas a la totalidad de su último proyecto de presupuestos recibieron el apoyo de 183 votos. El proyecto del Gobierno solo tuvo el respaldo de los 158 diputados socialistas. Ante el abandono de los partidos nacionalistas que le habían prestado su apoyo durante los tres primeros años de la legislatura, Felipe González, consciente de que ya no tenía una mayoría para gobernar, disolvió las Cortes y convocó elecciones anticipadas.
Lo anterior confirma que en “aquel PSOE” y en sus dirigentes imperaba una cultura política democrática como la que sigue inspirando hoy a los partidos socialistas de Alemania y Portugal (por mencionar los ejemplos expuestos). Una cultura democrática que en el PSOE de Sánchez brilla por su ausencia.
La cultura democrática ha sido reemplazada por una cultura del poder. El ejercicio del poder ha dejado de ser un medio para la consecución de un proyecto político y se ha convertido en un fin en sí mismo. Sánchez se aferra al poder y no le importa pagar cualquier precio para mantenerse en él: desde la concesión de una (inconstitucional) amnistía hasta el concierto fiscal catalán (igualmente inconstitucional). Lo grave es que el precio al final lo acabamos pagando todos: un deterioro y desprestigio creciente de las instituciones, una continua pérdida de credibilidad y de confianza en el sistema, y una desvertebración progresiva del Estado.
Frente a esa cultura del poder la cultura democrática vigente en Europa nos muestra como ante la tesitura que atraviesa el Gobierno de Sánchez, -su manifiesta debilidad parlamentaria y su imposibilidad de lograr la aprobación de los presupuestos y de desarrollar una auténtica tarea de gobierno (dirección política) digna de tal nombre- debería presentar una cuestión de confianza ante el Congreso. De ese modo se podría comprobar si la heterogénea coalición destructiva que facilitó la investidura de Sánchez se mantiene unida en su respaldo. El planteamiento de la cuestión es un imperativo democrático a la vista de los numerosos escándalos de corrupción política que afectan a personas que han formado parte del núcleo del gobierno de Sánchez, especialmente el exministro Ábalos.
Javier Tajadura Tejada es Catedrático de Derecho Constitucional de la UPV-EHU
Foto de Austin Kehmeier vía Unsplash.