De cómo Saturno se comió a Errejón
La hoguera política de la semana es síntoma y consecuencia de cosas interesantes. Como la caducidad de la nueva izquierda.
Si me lo permiten, voy a seguir la corriente y dejar de hablar del efecto corrosivo de Sánchez y su entorno sobre la calidad democrática y la economía españolas. En su lugar, hablaremos de cómo la izquierda está reproduciendo los ritos de los druidas y quemando un hombre de paja con Errejón dentro.
El espectáculo de la hoguera genera menos repulsa que schadenfreude, ese término alemán que tanto gusta a los anglosajones, y que viene a significar que pocos lamentan que Errejón esté siendo tostado. Frases como “justicia poética” reflejan bien el sentir de la gran mayoría.
Pero podemos sacar más lecciones. Por un lado, la pira es interesante. Los supuestos actos de Errejón están siendo dados por agresión sexual (lo que podría llevarle a la cárcel) sin pasar por el filtro de la verificación ni del sentido común: la parte crítica es que una mujer casada, que llevaba toda la noche tonteando con él y dando cuerda a sus obscenidades, finalmente “se sintió” agredida, no la comisión de hechos concretos. Lo que eso nos dice sobre el estado de la ley es importante.
Por otro, el modo de llevarle a la pira es curioso. No es la primera vez que Podemos o Sumar tienen problemas con acusaciones de acoso o agresión sexual (tiren de hemeroteca) y parece que en este caso, de nuevo, la reacción fue quitarle hierro durante años. Hasta que (ahí está lo curioso) tuvieron la hoguera preparada, y entonces le metieron dentro, le condenaron sin juicio y hasta sacaron un libro al calor del fuego.
Finalmente, llama la atención el punto de vista del presunto autor de la agresión sexual (y aún más presunto agresor habitual). Dimite por no poder estar a la altura del “personaje”, y se lamenta de la maldad de la “sociedad neoliberal”, incompatible con el modo de vida que desea. Es decir, reconoce que no era capaz de vivir lo que predicaba, y de algún modo eso es culpa, como siempre, de estructuras externas y no de su falta de convicción.
Errejón ha sido atropellado por la misma trilladora que ayudó a construir, pero eso es darle demasiado protagonismo a un personaje completamente accidental. La izquierda populista española sólo es una entre decenas, el reflejo local de un movimiento mucho más amplio que bebió en Francia en el 68 y se emborrachó en EEUU en la pasada década. Un movimiento que ha alcanzado ya su máxima influencia y está siendo víctima de la reacción ante sus excesos. Pese a Meloni, Le Pen o Trump, no se entiende el endurecimiento de la derecha global sin el derrapaje de una izquierda que ha convertido la política identitaria y la victimización de colectivos en la nueva herramienta para corregir injusticias… y ha conseguido multiplicarlas.
Para llegar al exceso, el activismo “progresista” ha tenido que ganar antes. Y lo ha hecho: hoy no hay nada más “progresista” (en el nuevo sentido) que la moralina de cualquier serie o película de Disney, y de la mayoría de lo que genera Netflix. A diferencia del cine español, ambas empresas dan forma a la cultura popular… y lo hacen respondiendo a los valores que creen que la sociedad espera que defiendan. Algo que a su vez deducen de la actitud de autoridades y medios. Lo mismo que la televisión pública española, canal de transmisión de valores y comportamientos bendecidos por el poder (así salen cosas como “Operación Triunfo”). Dicho de otro modo, el modelo cultural “progresista” no ha emergido desde las masas oprimidas sino que ha sido fomentado desde instituciones gubernamentales, definido en los claustros de algunas universidades, e impulsado por grandes empresas de medios (ya sea por interés, por diferenciación o por convicción).
Y ese modelo (ese “relato” y marco mental) ha sido asumido en buena parte por los conformistas y colaboradores, en medios y en partidos. A poca gente le gusta que le llamen fascista.
El resultado han sido políticas que daban prioridad en el acceso a vivienda protegida a inmigrantes frente a locales, por el hecho de serlo (en Inglaterra, pero también aquí). Que daban derechos diseñados para proteger o fomentar el bienestar de las mujeres, con sólo declarar serlo (incluyendo la participación en los Juegos Olímpicos o el ingreso en prisiones de mujeres). Que negaban la igualdad ante la ley a los hombres para proteger a las mujeres, comprometiendo la presunción de inocencia. Y donde decimos “mujeres”, pongan cualquier otra minoría, ya sea física, étnica, religiosa, de idioma o imaginaria: las medidas tomadas para “proteger” acaban discriminando a la mayoría. No hay que perder de vista que estos tratos de favor también se traducen en dinero: recursos pagados por todos para fines que la mayoría ven como discutibles (como los costes asociados al acogimiento de menores no acompañados). Y que en nombre de todo lo que es bueno, criminalizan opinar que todo esto no es aceptable (“fuera fascistas de nuestras calles” y de la sala de prensa del Congreso).
El origen del problema lo predijo Chesterton: no es que seamos malos, es que somos demasiado buenos, y por eso estamos dispuestos a apoyar cosas que suenan bien hasta que empiezan a acumularse y a pasarse de frenada, de lógica y de presupuesto. Esa es la mentalidad tradicional de los progresistas de siempre, mayoría en España y en Europa, y de la que se ha aprovechado la izquierda populista.
Hay dos razones para la reacción. Una es que los medios y gobiernos ya no tienen el poder que tenían. Otros medios, y las plataformas sociales (y los nuevos medios nacidos en ellas) han permitido romper el relato hegemónico y cuestionar las consecuencias reales de esas políticas. Y la gente ha respondido. La “ventana de Overton” no se había movido tanto como parecía, y cuando los partidos se han dado cuenta, han empezado a corregir.
La segunda es que todas estas políticas cuestan una enorme cantidad de dinero, porque su origen y motor son estructuras paraestatales diseñadas para promover los valores que defienden e implementar las medidas que proponen. Dejando aparte el inmenso nivel de gasto asociado, simplemente alimentar ese ejército es un gasto enorme, que unas economías como las occidentales (y no digamos las europeas, especialmente la española, con su falta de productividad) no se pueden permitir. La gente, desde que es gente, reparte cuando tiene, pero se enfada cuando no tiene y le quitas para dárselo al de fuera.
Errejón fue una pieza y una criatura de ese movimiento de nueva izquierda progresista, un “pope”que parecía menos mujeriego y radical que Iglesias, más capaz de pactar y más adepto a repartir dinero y crear organización. Ha sido un actor secundario, igual que un producto secundario de la ideologizada y corporativista universidad pública española. Fue útil en Podemos, y luego apartado. Fue útil en Sumar, y ahora su ejecución simbólica (y el espectáculo de autoflagelación) les está siendo útil para intentar recuperar el protagonismo y el liderazgo moral en un momento en que la izquierda política española se hunde en el marasmo de Sánchez, sus conflictos de interés y sus socios tóxicos.
La revolución devora a sus hijos, dicen. Saturno también lo hacía, para no perder el trono. En este caso, lo que queman en la figura de Errejón es ese enemigo inasible, ese hombre de paja, ese mal social que justifica la cruzada perenne de la nueva izquierda. O al menos, su petición permanente de fondos públicos. Como con los druidas, el sacrificio busca la prosperidad de la tribu. Está todo inventado.
Imagen de Eleanor Sopwith vía Wikipedia.
Si la historia se repite, con qué originalidad, sencillez, ingenio, profundidad y belleza cabe narrar la repetición: ¡enhorabuena, don Miguel!
Me parece un artículo excelente. Sería interesante reflexionar de cómo la izquierda, la de antes, la de ahora… ganó el relato en nuestro país ya después después de la Guerra Civil. Iría más lejos diciendo que ganó la guerra civil puesto que la Historia la han escrito los perdedores creando una masa de seguidores que sigue alentando el enfrentamiento. La caducidad de la izquierda de la que nos habla don Miguel es real, pero sigue alentando y conquistando a masas de ciudadanos que, de verdad, no sé a través de qué valores y principios se mueve. Perdone D. Miguel si el comentario es un tanto alejado del contenido del artículo, pero necesitaba exponerlo. Berta